
Las rabietas son una de las etapas más desafiantes para los padres de niños pequeños en sus primeros años de edad. Durante esta fase, los pequeños comienzan a explorar su autonomía, pero aún carecen de las herramientas para gestionar sus emociones de manera adecuada. Las rabietas son una manifestación de frustración y falta de control emocional, y pueden estar causadas por varios factores:
1. Desarrollo emocional y cognitivo: Los niños pequeños todavía están aprendiendo a identificar y manejar sus emociones. No tienen la capacidad de expresar con palabras lo que sienten, lo que puede llevar a una sobrecarga emocional cuando sus deseos no se cumplen inmediatamente.
2. Frustración ante la autonomía limitada: A medida que los niños crecen, buscan independencia y control sobre su entorno. Sin embargo, aún dependen de los adultos para muchas cosas, lo que puede generar frustración. Quieren hacer las cosas por sí mismos (como vestirse, comer, o jugar) pero se sienten impotentes cuando no pueden.
3. Falta de comunicación verbal: A esta edad, los niños están desarrollando su vocabulario, pero no siempre pueden articular lo que necesitan o desean. Esta incapacidad de comunicar sus emociones o necesidades con palabras puede desencadenar rabietas.
4. Factores físicos: El cansancio, el hambre o el malestar físico pueden aumentar la irritabilidad en los niños pequeños. A veces, las rabietas no tienen una causa emocional, sino que están relacionadas con el malestar físico.
5. Búsqueda de atención: Los niños a menudo descubren que las rabietas atraen la atención de los adultos. A medida que comienzan a comprender la dinámica social, pueden recurrir a estas conductas para obtener lo que quieren.
6. Sobreestimulación o cambios en la rutina: Los niños pequeños pueden sentirse abrumados por entornos nuevos, ruidos fuertes o cambios en su rutina diaria. Estos factores externos pueden contribuir a las rabietas, ya que el niño no puede procesarlos adecuadamente.
Para los padres, es importante saber cómo gestionar las rabietas de sus hijos y cómo actuar. En primer lugar, es importante mantener la calma, ya que, si el adulto pierde el control, es probable que el niño perciba la situación como más caótica, pudiendo empeorar el comportamiento. Respira hondo, haz un esfuerzo consciente para relajarte y recuerda que las rabietas son una parte del desarrollo normalizado de los niños. Dentro de lo posible, ignora la rabieta (siempre y cuando el niño no esté en peligro y no hay necesidades urgentes que deban ser atendidas); esto les enseña que las rabietas no son una forma efectiva de obtener lo que quieren. Otra estrategia efectiva es redirigir su atención, distraer al niño con algo que le interese, proponiendo alternativas atractivas que hacen que los niños olviden rápidamente el motivo de su frustración.
Es importante establecer límites claros y ser consistente con ellos. Si el niño sabe que un comportamiento no será tolerado, es más probable que eventualmente lo entienda y lo controle. Y, por último, es fundamental no ceder ante todas las demandas. Es natural querer evitar que el niño llore o se frustre, pero ceder a todas sus demandas (por ejemplo, darle un juguete solo para que deje de llorar) puede reforzar la idea de que las rabietas son una forma eficaz de conseguir lo que quieren. Es vital mantener la autoridad de forma respetuosa.
Después de que la rabieta haya pasado, es útil hablar con el niño sobre lo que ocurrió. Explicar de manera sencilla por qué no pudo tener lo que quería y ofrecer consuelo les ayuda a procesar lo sucedido.
Las rabietas son una parte normal del desarrollo infantil. Aunque pueden ser exasperantes, es importante recordar que los niños pequeños están aprendiendo a manejar sus emociones y a interactuar con su entorno. Con paciencia, consistencia y empatía, los padres pueden ayudar a sus hijos a navegar por esta fase de manera exitosa. La clave está en proporcionarles las herramientas para manejar sus emociones de manera adecuada, mientras se establece un ambiente seguro y predecible que favorezca su desarrollo emocional.
Cristina Elosegui, psicóloga